Agosto de 1791, en los bosques de Haití retumban los tambores de la resistencia. Cimarrones, viejos y jóvenes de diversos orígenes se congregan, se unen, se miran. Transpiran resistencia, exudan bronca y angustia por el maltrato recibido, se agitan con el recuerdo de sus orígenes perdidos…
Una hoguera mantiene encendida una esperanza, un deseo… los tambores retumban en los troncos de los árboles y elevan sus palabras hacia el cosmos, invocando a todos los ancestros, a todas las deidades, en todos los idiomas posibles… Libertad!
El bosque palpita, el bosque se agita, el bosque habla, el bosque suena, el bosque grita…
El bosque es un tambor…
Desde todos los puntos, siguen llegando esclavos y cimarrones. Cecile Fatiman, una joven mulata, sacrifica un cerdo negro y con un machete en la mano, comienza a cantar y bailar mientras distribuye la sangre del animal degollado…
Boukman, el jefe cimarrón de la resistencia, invoca a los ancestros y ante la multitud expectante impulsa a los esclavos a la lucha:
El evento no es menor, constituye un antecedente histórico importantísimo y fundacional en cuanto a la abolición del comercio transatlántico esclavista que sustrajo a millones de vidas del continente africano y las implantó de forma degradante en América.
La historia de Haití es tanto interesante, como compleja y angustiante. El hecho de haber sido el epicentro del triunfo negro, la ha sumido luchas permanentes, en exclusiones de los organismos internacionales, en ocupaciones e intervenciones foráneas , en la negación de su propia identidad, en increíbles procesos como la “Campaña antisupersticiosa” orquestada por la Iglesia Católica, cuyo fin era exterminar la religión vudú, uno de los principales cultos afroamericanos, tal como podemos observar en las cartas pastorales del obispo de Cap Haïtien en 1896, en el fragmento que a continuación se transcribe:
Más allá de la historia de Haití, el objeto del presente artículo es el de recordar por qué el 23 de agosto, se instaura como el Día Internacional del Recuerdo de la Trata de Esclavos y de su Abolición .
Pregunto al lector: ¿Puede ser esto considerado como una conmemoración más? En su escuela, en su ciudad, en su país… ha recibido noticias de una mención a esta fecha?
No sería casual que las respuestas sean negativas, ya que la esclavitud continúa siendo otro de los grandes olvidos de los programas escolares y de la vida social. El tratamiento que se da a este tema, está más bien vinculado con una especie de racismo caritativo que considera al proceso como consecuencia de la idea de progreso, de evolución. Es importante destacar, que las consecuencias de este proceso esclavista, son heridas abiertas y visibles no solo en nuestra América sino también en nuestra madre África. Nuestra sociedad occidental debería iniciar un proceso de cambio profundo, de reflexión permanente, que permita –por ejemplo- comenzar por reconocer a los afrodescendientes como parte integrante y activa de nuestra identidad.
Sería importante que particularmente en nuestro país, la Argentina, pudiera repensarse el ser argentino, desde una perspectiva integradora del aporte afro, superando la visión de un país hecho a imagen y semejanza de una parte de la Europa blanca, en la que pareciera ser irrelevante e innecesario hablar de “negros”, aunque haya sobradas pruebas de la presencia de una afrodescendencia cuyos orígenes se remontan a la época colonial.
De la misma manera, América Latina sufre de esta idea del blancamiento como sinónimo de progreso y sigue condenando a las comunidades afrodescendientes a la marginalidad, creyendo en ideales foráneos y esperando mesías rubios y de ojos celestes. Duele.
Es imposible revertir esta situación con patéticas muestras de sorna social, reflejadas en actos escolares que con corcho quemado y pañuelos en sus cabezas reproducen la estereotipada imagen de negros sonrientes abocados a tareas domésticas y artísticas mientras el hombre blanco hace grande a la Nación.
El 23 de agosto de 1791 fue el día en el que el bosque fue un tambor que generó un gran cambio. No tengo dudas de que esos vientos aún soplan desde el Bosque Caimán hacia el mundo, y que nuestras Escuelas deberían hacer retumbar esos tambores, para que entre todos podamos reconocernos y revalorizarnos como parte de una sociedad necesitada de otros aires, de otros tiempos, de otros…
Augusto Perez Guarnieri - Liceo Victor Mercante (UNLP) - perezguarnieri@yahoo.com.arUna hoguera mantiene encendida una esperanza, un deseo… los tambores retumban en los troncos de los árboles y elevan sus palabras hacia el cosmos, invocando a todos los ancestros, a todas las deidades, en todos los idiomas posibles… Libertad!
El bosque palpita, el bosque se agita, el bosque habla, el bosque suena, el bosque grita…
El bosque es un tambor…
Desde todos los puntos, siguen llegando esclavos y cimarrones. Cecile Fatiman, una joven mulata, sacrifica un cerdo negro y con un machete en la mano, comienza a cantar y bailar mientras distribuye la sangre del animal degollado…
Boukman, el jefe cimarrón de la resistencia, invoca a los ancestros y ante la multitud expectante impulsa a los esclavos a la lucha:
“Oídme bien todos, el Dios que ha hecho el sol que nos alumbra desde los alto, que levanta el mar y hace rugir el trueno, ese Dios, digo, nos está mirando escondido en lo alto de una nube. Ve lo que hacen los blancos. El dios de los blancos pide crímenes, el nuestro quiere buenas acciones. Ahora bien, este dios que es tan bueno nos ordena venganza. Dirigirá nuestro brazo y nos asistirá. ¡Arrojad la imagen del dios de los blancos, sediento de nuestras lágrimas, y escuchad la libertad que nos habla al corazón!”
En medio de ese gran tambor que fue el Bosque Caimán, negros, mulatos, esclavos, cimarrones, juran morir por la libertad antes que continuar viviendo bajo la opresión esclavista, dando origen a la insurrección que derivaría más tarde en la proclama de la abolición de la esclavitud y luego la independencia de la colonia, constituyéndose en la primera y única revolución de esclavos que triunfó.El evento no es menor, constituye un antecedente histórico importantísimo y fundacional en cuanto a la abolición del comercio transatlántico esclavista que sustrajo a millones de vidas del continente africano y las implantó de forma degradante en América.
La historia de Haití es tanto interesante, como compleja y angustiante. El hecho de haber sido el epicentro del triunfo negro, la ha sumido luchas permanentes, en exclusiones de los organismos internacionales, en ocupaciones e intervenciones foráneas , en la negación de su propia identidad, en increíbles procesos como la “Campaña antisupersticiosa” orquestada por la Iglesia Católica, cuyo fin era exterminar la religión vudú, uno de los principales cultos afroamericanos, tal como podemos observar en las cartas pastorales del obispo de Cap Haïtien en 1896, en el fragmento que a continuación se transcribe:
“[…] Mas nos enfrentamos a la idolatría. Numerosos haitianos rinden a dioses imaginarios el culto soberano debido al único Creador. ¡Y bien sabéis, hermanos míos, en qué medida se ha extendido esta plaga en los últimos años![…]
¿Qué decir del perjuicio causado a nuestro honor nacional con esos apegos a viejas observaciones africanas? Me falta valor para responder a esta pregunta; tenedlo vosotros, os lo ruego, para escucharme. Un periódico dominicano decía, en 1892, que Haití era la única potencia americana que todavía tenía magos y bailes africanos, y concluía diciendo que el país es un pequeña Guinea trasplantada en América, así como la vergüenza de los Estados americanos. Esto es lo que tienen derecho de escribir de nosotros; y sabéis que aún se dicen cosas peores. […]
Resumo en dos palabras, y concluyo. La nación haitiana está enferma, profundamente enferma; sufre de paganismo; el mal, es cierto, carece de raíces profundas en el alma del pueblo, pero de todos modos lo cansa, lo sacude, consume sus fuerzas, como esas fiebres lentas que, sin revestir al principio ninguna gravedad, agotan al enfermo, y acaban por conducirlo a la tumba. Y, además, nuestro mal es un mal vergonzoso, nos deshonra más de lo que nos arruina. Mientras el vudú exista entre nosotros, vano será cualquier esfuerzo de hacernos pasar por una nación verdaderamente civilizada. Por lo tanto, cueste lo que cueste, tenemos que defendernos de ese chancro, tenemos que declarar la guerra sin cuartel a ese ejército de maleantes […] cuya existencia, por sí sola, constituye para nosotros una deshonra. No quiero dejar este recinto sin haberos enrolado a todos en el combate contra esos enemigos públicos.”
Si continuamos investigando, podemos también observar los alcances de esta campaña en términos de desprestigio de la religión vudú, en las películas que la industria norteamericana produjo y que muestran a Haití como una tierra de Zombies (muertos en vida con los ojos en blanco y los brazos extendidos que aterraban a jóvenes blondas americanas) .¿Qué decir del perjuicio causado a nuestro honor nacional con esos apegos a viejas observaciones africanas? Me falta valor para responder a esta pregunta; tenedlo vosotros, os lo ruego, para escucharme. Un periódico dominicano decía, en 1892, que Haití era la única potencia americana que todavía tenía magos y bailes africanos, y concluía diciendo que el país es un pequeña Guinea trasplantada en América, así como la vergüenza de los Estados americanos. Esto es lo que tienen derecho de escribir de nosotros; y sabéis que aún se dicen cosas peores. […]
Resumo en dos palabras, y concluyo. La nación haitiana está enferma, profundamente enferma; sufre de paganismo; el mal, es cierto, carece de raíces profundas en el alma del pueblo, pero de todos modos lo cansa, lo sacude, consume sus fuerzas, como esas fiebres lentas que, sin revestir al principio ninguna gravedad, agotan al enfermo, y acaban por conducirlo a la tumba. Y, además, nuestro mal es un mal vergonzoso, nos deshonra más de lo que nos arruina. Mientras el vudú exista entre nosotros, vano será cualquier esfuerzo de hacernos pasar por una nación verdaderamente civilizada. Por lo tanto, cueste lo que cueste, tenemos que defendernos de ese chancro, tenemos que declarar la guerra sin cuartel a ese ejército de maleantes […] cuya existencia, por sí sola, constituye para nosotros una deshonra. No quiero dejar este recinto sin haberos enrolado a todos en el combate contra esos enemigos públicos.”
Más allá de la historia de Haití, el objeto del presente artículo es el de recordar por qué el 23 de agosto, se instaura como el Día Internacional del Recuerdo de la Trata de Esclavos y de su Abolición .
Pregunto al lector: ¿Puede ser esto considerado como una conmemoración más? En su escuela, en su ciudad, en su país… ha recibido noticias de una mención a esta fecha?
No sería casual que las respuestas sean negativas, ya que la esclavitud continúa siendo otro de los grandes olvidos de los programas escolares y de la vida social. El tratamiento que se da a este tema, está más bien vinculado con una especie de racismo caritativo que considera al proceso como consecuencia de la idea de progreso, de evolución. Es importante destacar, que las consecuencias de este proceso esclavista, son heridas abiertas y visibles no solo en nuestra América sino también en nuestra madre África. Nuestra sociedad occidental debería iniciar un proceso de cambio profundo, de reflexión permanente, que permita –por ejemplo- comenzar por reconocer a los afrodescendientes como parte integrante y activa de nuestra identidad.
Sería importante que particularmente en nuestro país, la Argentina, pudiera repensarse el ser argentino, desde una perspectiva integradora del aporte afro, superando la visión de un país hecho a imagen y semejanza de una parte de la Europa blanca, en la que pareciera ser irrelevante e innecesario hablar de “negros”, aunque haya sobradas pruebas de la presencia de una afrodescendencia cuyos orígenes se remontan a la época colonial.
De la misma manera, América Latina sufre de esta idea del blancamiento como sinónimo de progreso y sigue condenando a las comunidades afrodescendientes a la marginalidad, creyendo en ideales foráneos y esperando mesías rubios y de ojos celestes. Duele.
Es imposible revertir esta situación con patéticas muestras de sorna social, reflejadas en actos escolares que con corcho quemado y pañuelos en sus cabezas reproducen la estereotipada imagen de negros sonrientes abocados a tareas domésticas y artísticas mientras el hombre blanco hace grande a la Nación.
El 23 de agosto de 1791 fue el día en el que el bosque fue un tambor que generó un gran cambio. No tengo dudas de que esos vientos aún soplan desde el Bosque Caimán hacia el mundo, y que nuestras Escuelas deberían hacer retumbar esos tambores, para que entre todos podamos reconocernos y revalorizarnos como parte de una sociedad necesitada de otros aires, de otros tiempos, de otros…